La masconatomanía es la denominación del
inusitado fenómeno de querer ser un masconato, querer ser amigo de un
masconato, presumir de conocer a un masconato, o, simplemente, perseguir a un
masconato. Si bien este fenómeno es, en parte, comprensible y razonable, a
veces llega a alcanzar tintes psicopatológicos que perturban gravemente el
comportamiento habitual de la persona, pues pueden llegar a manifestar rasgos
obsesivos y compulsivos, pasando a tomar forma de saliencia o centralidad para
explicar el resto de su conducta.
Si bien la
masconatomanía tuvo su origen en el propio IES Las Salinas, desde éste se
extendió en pocas horas por el barrio de La Ardila; en pocos días alcanzó a San
Fernando entero, y a la semana ocupaba ya toda la Bahía (con focos muy floridos
en Chiclana). A Australia tardó un mes en llegar, pero no se libraron.
¿Tiene cura la
masconatomanía? Difícilmente. D.
Franciso Alonso Fernández, catedrático emérito de Psiquiatría en la Universidad
Complutense, en el capítulo Aberraciones
sexuales de la décima edición de su obra Fundamentos de la Psiquiatría Actual, lo pone muy claro: “No hay
nada que hacer sino asumirlo como una forma de ser anclada en el fondo
endotímico vital del sujeto; a pesar de ser un trastorno adquirido resulta del
todo improbable que la modificación de conducta o el tratamiento
psicofarmacológico sirvan para algo.” Y, más adelante, en las conclusiones del
mismo capítulo encontramos una sincera confesión: “No obstante, no todo es
negativo. La masconatomanía puede llegar a hacer feliz al paciente que la
padece. Sin ir más lejos, yo mismo la he padecido; ni me avergüenza ni me
arrepiento de padecerla ya que me ha servido, entre otras cosas, para empezar a
revisar el campo de la psicopatología y, posiblemente, añadir un nuevo capítulo
sobre trastornos felices y encomiables.”
¿Cómo se manifiesta
la masconatomanía? ¿Cuáles son sus primeros síntomas? Se manifiesta de modo
agudo y se instala como reacción, primero, y proceso, inmediatamente. Sus
síntomas son evidentes aun que no patognómónicos, por lo que habrá que
establecer un diagnóstico diferencial con otras situaciones morbosas (como la
rabia, el tétanos, la acatisia motora, el vampirismo o la licantropía). Es
condición sine qua non que el
individuo haya sufrido un contacto (in vivo, in vitro o en imaginación, da
igual) con el mundo masconato (de no ser así hay que descartar la
masconatomanía y sospechar rabia, tétanos, acatisia motora, vampirismo o
licantropía). Suele empezar por la sensación subjetiva de tener que levantarse
de donde se está sentado y salir corriendo en pos de algún objeto masconato
presente o imaginado en ese momento. Dicho objeto puede ser un componente de la
banda Los Masconatos o, simplemente, algún objeto material relacionado con
ella. Un caso muy típico es presentado a continuación, descrito por el propio
paciente:
Soy profesor en el IES Las Salinas. Había reunión del
claustro y me senté en la última fila porque estaba muy interesado y me gusta
hacer las cosas bien. Justo en el instante en que la lectura del acta de la
sesión anterior, a cargo del Secretario, alcanzaba el momento más emocionante
(la estadística sobre los resultados de la prueba de diagnóstico), noté una
extraña sensación en el bajo vientre, por debajo del ombligo. Empezó como un
retortijón pero dirigido desde mi barriga hacia mi garganta y hacia mis cuerdas
vocales que ya, por entonces, habían tomado el mando de mi organismo. Grité,
desaforado, mientras me levantaba de mi asiento y daba unos pasos adelante:
“¡Yo! ¡Yo! ¡Yo también! ¡Yo también quiero ser un masconato!” A continuación, y
antes de que nadie pudiera detenerme, me abalancé sobre la puerta y salí
corriendo, mientras me iba desabrochando la correa del pantalón. Sin darme cuenta, en pocos segundos, y ante la
sorpresa de los conserjes, que vieron como atravesaba medio desnudo el
vestíbulo hacia la zona de los servicios, llegué al retrete de la izquierda.
Justo a tiempo. Me alivié y caí en la cuenta de lo ocurrido. Reflexioné y
deduje que todo se debía a que ese mediodía había tomado en un bar cercano al
IES unas tapitas de boquerones en vinagre en compañía de dos de los Masconatos.
Sin duda, la emoción de compartir comida con ellos me había superado. Desde
entonces padezco la masconatomanía, y no me importa.
Una forma bastante
común del padecimiento es la de presumir
de conocer a un masconato. Es muy común, y se suele producir en tertulias
espontáneas o charlas intrascendentes (en el recreo, en la sala de profesores,
en el ascensor…). Se caracteriza porque el paciente, de pronto, da un brusco
giro al tema de la conversación que se había establecido, lo que provoca gran
desazón y desconcierto entre los presentes. El caso real, presentado a
continuación por una testigo, ilustra bastante esta forma del trastorno.
Estábamos un grupo de
compañeros (profesores/as) desayunando en el bar, a la hora del recreo.
Ocupábamos unas cuantas mesas y las habíamos juntado, como hacemos
habitualmente. Habíamos pedido distintos tipos de café (con leche,
descafeinado, con leche desnatada, americano…), y distintas tostadas (media,
entera, con tomate, con foie…). El tema del día era la goleada de Holanda a
España y el choteo que se traían las compañeras con los futboleros. Ante la
escasa importancia que las profesoras daban al fracaso de la selección
española, de forma inesperada, se levantó de su silla el profesor X (no lo
menciono por su nombre para no identificarlo), muy alterado, gritando, apartando
el café y las tostadas, y dirigiéndose a todas: ”¿Y vosotras? ¿Y vosotras? ¡No
tenéis ni puta idea de fútbol, ni conocéis a ningún masconato! ¡Yo! ¡Yo, sí!”
Se alejó corriendo casi a cuatro patas, emitiendo sonidos como de perro,
desabrochándose la camisa y descubriendo un torso muy poblado. Todos se apartaban
atemorizados a su paso. Lo último que le escuché mientras salía del bar fue
“¿Dónde está el Director? ¿Dónde? ¡Que él tampoco! ¡Él tampoco conoce a
ninguno!” El resto ya lo saben todos.
Llegó la ambulancia a la vez que el servicio de recogida de animales y lo
redujeron en el despacho del Orientador. Va a estar todo el mes de baja, hasta
la siguiente luna llena.
Según cálculos de
la Organización Mundial de la Salud, actualmente, padece masconatomanía un ocho
por ciento de la población mundial. Las naciones más afectadas son, por este
orden, China (prácticamente el 30% de la población la padece), Australia (50% de
afectados), Turquía (40%) y, lógicamente, España (35%). En el caso español, hay
tres focos especialmente virulentos: San Fernando (70%), Lepe (90%) y Fernan
Núñez (100%, si no contamos al alcalde).
Aparte de los terribles casos anteriormente comentados del IES Las Salinas, se han producido en este centro educativo casos más benignos y felices. Son aquellas personas que, teniendo la oportunidad de haber conocido a los Masconatos, se benefician directamente de su amistad. Estas personas no sólo no sufren, sino que gozan de su masconatomanía, y disfrutan acudiendo a sus conciertos e incluso a sus ensayos. Son los Amigos de los Masconatos. Eso sí, como comentan los propios Masconatos, "podrían traer bocadillos".
Quedan todos invitados a participar de nuestro gozo