Desde el 16 de agosto de 1977, fecha oficial de la muerte de Elvis Presley, se viene insistiendo por parte de algunos medios y por parte de muchos fans que, en realidad, no es así, que Elvis vive. Las teorías para explicar este suceso se encaminan a la posibilidad de haberse acogido a una nueva identidad en un programa de protección de testigos, o a la de huir de un grupo mafioso al que le debía gran cantidad de dinero. Según estas mismas teorías Elvis vive oculto, no se sabe si en Argentina, en algún lugar del Amazonas o en el Tibet, y las fotos de su cadáver no serían más que las de simple muñeco de cera.
Hoy podemos arrojar luz sobre este turbio asunto. La verdad
es más sencilla y bastante sorprendente. Elvis fingió su muerte para ocultar al
público la vida privada que quería tener en adelante. Estaba cansado de ser el
centro de atención del mundillo del rock y, poco a poco, se manifestaban en él
otro tipo de inquietudes musicales que, estimaba, no serían aceptadas por el
público de siempre. ¿Qué nuevas perspectivas musicales le tentaban?
Desde unos años antes (1975), y con motivo de una gira
Europea, Elvis había conocido en Londres a un emigrante español que trabajaba
en un restaurante de lujo como camarero. Este camarero, llamado Francisco Jorge
Pecci Cañas (Paco Pecci, abreviadamente, o El Saltacañitas, mote con el que se le conoció siempre en su barriada), tuvo la
inocente ocurrencia de tararear una sencilla copla de carnaval mientras le
servía una copa de vino de Jerez a Elvis. El rey del rock, avispado y
mosqueado, le pidió que la cantara y que se la fueran traduciendo. La copla en
cuestión no era otra que la que había hecho popular la comparsa de Enrique
Villegas, los Beatles de Cádiz: “Vamos a tomar el sol a Puerto Real / que el
puente está listo, que el puente estará / Que el puente está listo, ya lo verá
usted / cuando yo me pele, je, je, je, jé”. (Ver enlace)
Al poco rato de entablar conversación con Saltacañitas, a Elvis le había subido la temperatura; con 37,5 grados (una inmediata febrícula) la reacción no se hizo esperar. Tras el calentón parece que le sobrevino un vahído, del que hubo que recuperarlo incluso con alguna que otra bofetada. Las primeras palabras que balbuceó mientras recuperaba la conciencia fueron “…erizos …vamos a la erizada”. Elvis estaba sufriendo una suerte de shock cultural que lo encaminaba, ineludiblemente, al Carnaval de Cádiz. Quería convertirse en intérprete y autor de carnaval. Lo necesitaba como el que necesita a un médico. Pero sus obligaciones laborales, profesionales, familiares y ¿cómo decirlo?… americanas, no casaban con ese su nuevo sentir. Por eso tuvo que montar la que montó. Por eso tuvo que ocultar y ocultarse. Por eso tuvo que desaparecer… y “morir”.
Sabemos que todo este tiempo ha estado viviendo en distintas
zonas de la Bahía de Cádiz, siempre en viviendas discretas, para no llamar la
atención. Una temporada estuvo en el Pinar de los Franceses. Otros años los
pasó en un unifamiliar cercano a Las
Canteras de Puerto Real. Ahora anda en la zona de la playa del Palmar, en
Conil. Ha venido participando en los carnavales, tanto en comparsas y coros oficiales
como en chirigotas ilegales, desde 1978 (y muy inteligentemente, siempre
disfrazado de él mismo, con su habitual atuendo tipo Las Vegas, para no ser
reconocido). Para ello, entre otras cosas, tuvo que cambiar de nombre varias
veces, aunque desde que se instaló en la zona se le conoce como El Pandereta, mote que le acompaña en
sus presentaciones públicas. Elvis lo había logrado y la perfecta jugada sólo
ha sido conocida por sus más allegados y por algunos altos cargos de los
servicios secretos de media docena de países. En la Bahía de Cádiz se juega con
el asunto y se toma, como tantas otras cosas, mitad en serio y mitad en broma,
lo que favorece y garantiza su anonimato público.
Últimamente, y sólo con ocasión de la aparición de Los
Masconatos, Elvis se ha dejado ver en público cerca de ellos, y ha llegado a
conocerlos a todos, no resistiendo la tentación de presentarse en la mansión de
Henry Kelosan (Quiqueland) de forma imprevista, para estar presente en sus
conciertos de verano. Para los Masconatos más jóvenes esto ha constituido una
gran sorpresa, ya que ignoraban toda la historia. No ha sido así para los Masconatos
veteranos, alguno de los cuáles, ha compartido equipo varias veces con Pandereta en chirigotas ilegales. Nos
referimos, claro está a Juanma; y también a Fernando -representante y
colaborador del grupo-, que mantiene con Pandereta
una amistad que se remonta a los años noventa, cuando recién licenciado del
servicio militar, lo conoció en una taberna cercana al muelle de Cádiz. Habla
Fernando:
“Acababa de salir por última vez
de la Base de Puntales, dejando atrás al Conde
del Venadito, buque de desembarco en el que había servido doce meses en las
funciones de despensero y de barbero. Todavía vestido de marinero y con el
macuto a cuestas, al pasar por detrás de la Tabacalera, me metí en una taberna
para intentar olvidar. Y allí estaba Pandereta,
cantando El vaporcito del Puerto.
Ilusionado, emocionado e, incluso, ¿por qué no decirlo?, invadido por una
cierta pena por el final de mi periodo marinero, me uní a su canto. Unas
cuantas copas más y ya éramos amigos. Así de sencillo. Muy pronto, me confió su
secreto.”
Por su parte, Juanma -guitarrista Masconato- nos relata su
experiencia con Pandereta:
“Entró en mi chirigota porque lo
trajo Fernando. Lo suyo, claro, es cantar; pero también hace bien el tipo. Las
mayores dificultades las tiene con la bandurria. Prefiere el fino a la cerveza,
y le encantan los camarones del porreo. Lo de entrar como fijo en los
Masconatos lo tiene difícil, pero, por supuesto, puede colaborar con nosotros
cuando quiera. De todas formas, sigue muy ocupado componiendo tanguillos para
el coro Güichi Camborio”.
Este último verano, Elvis se volvió a presentar en Quiqueland, ya al atardecer. Se quedó a cenar, pues tiene mucho antojo con el caldo de pescado que prepara Henry. Suele repetir y tomó dos platos. Después de ello, se acomodó en una tumbona y se dispuso a gozar de la música. Se quedó dormido a la cuarta canción. Una hora después de terminar el concierto se despertó y antes de despedirse, nos emplazó para comer al día siguiente, en su casa, ventresca de atún. La prepara al horno.
Si desea escuchar una IMPRESIONANTE grabación con la voz de Elvis pulse sobre esta línea. Fue obtenida en Quiqueland, con motivo de una reunión de Los Masconatos.